Encontrar un restaurante genuinamente español en una isla griega no es moco de pavo. Si la isla se llama Naxos, la más grande de las Cícladas, en pleno Egeo, en donde Ariadna dejó plantado a Teseo por Dionisos, el dios del vino, la cosa se puede considerar excepcional. Si además el restaurante está situado en un lugar privilegiado del pueblo, en justo la mitad del segundo piso de su paseo marítimo, con unas vistas marítimas sobre el puerto inigualables, de quitar el hipo, la sensación de paz y de hedonismo incluso puede hacer daño. Si además, se termina por aderezar todo con las vistas de una puesta de sol que deja sin palabras a quien la observa, se entiende que comer aquí sea todo un placer si se sabe encontrar esa hora mágica, o si la hora mágica es algo que estamos dispuestos a encontrar a cualquier hora, también.